Escaños de una tierra
invertebrada
No salimos de una y ya entramos en otra: de una
campaña electoral pasamos a otra nueva sin apenas darnos cuenta; como una
exhalación, partimos de unos comicios a otros sin solución de continuidad. Y
nunca mejor empleada esta expresión; porque por muchas vueltas que le demos al
obtuso escenario con el que nos topamos, no se barruntan soluciones a largo
plazo y la continuidad de lo que venga estará más que suspendida en el aire.
Ante tal tesitura, si fuera posible, habría que buscar las vértebras de esta
nación invertebrada. Como denunciaba Ortega y Gasset, “empezando por la
Monarquía... ningún poder nacional ha pensado más que en sí mismo”. Va siendo
año ya de que pensemos en España.
¿Y ahora qué? La respuesta a esta pregunta dependerá de las próximas elecciones
autonómicas, municipales y europeas. Los pactos y acuerdos necesarios para
poner en marcha la pesada maquinaria del Estado se van a ralentizar al máximo,
aquí nadie va a mover ficha antes de tiempo. A esta incertidumbre, que siempre
acaba costando cantidades ingentes de dinero a este país que es de todos, hay
que sumar que vivimos inmersos en una pluralidad desconocida por estos pagos;
del bipartidismo hemos pasado a un multilateralismo, con al menos cinco
protagonistas, algunos de ellos irreconciliables entre sí.
De tal suerte, el futuro se oscurece más todavía. En este impasse, las
negociaciones que importan se están llevando en riguroso secreto, mientras que
lo que en público se proclama rara vez coincide con la realidad. En
consecuencia, de la ronda de visitas a la Moncloa ni el más ingenuo podía
esperar otra cosa que un estudiado ‘postureo’ de amplias sonrisas y apretones
de manos, que no es sino una borrosa caricatura de cada cual. No obstante,
nuestros representantes deberían ejercer de tales, sin prejuicio alguno, y dar
lo mejor de sí mismos, sin excluir a nadie. El bien de la nación, por encima de
todo. O al menos, ésa tendría que ser la inexcusable premisa que debiera primar
ahora y siempre. En mi candidez ancestral, sigo creyendo que el patriotismo no
entiende de colores.
De hecho, todo es debatible menos la fragmentación nacional; lo único que
imperativamente debe quedar al margen de cualquier controversia es la unidad de
España. Parafraseando a Ortega, ‘el particularismo’ sigue constituyendo uno de
nuestros grandes males atávicos. No se olvide que, tras el paso por las urnas,
los nacionalistas han conseguido su mayor cuota de poder parlamentario desde
1977 (entre Esquerra Republicana, Junts per Catalunya, PNV,
EH Bildu, Coalición Canaria y Compromís, 37 escaños). Todo
un aviso a los intrépidos navegantes del resto de embarcaciones, que -en medio
de la tempestad- aún continúan recontando las papeletas pérdidas o ganadas en
buena lid.
A buen seguro, muy pronto, los monocordes cantos soberanistas han de inundar el
Congreso; ante ellos, sería recomendable recurrir a la legendaria táctica de Ulises:
todos los hombres de la nave deberían taparse los oídos con cera y sus
capitanes atarse al mástil del barco. Ulises siguió el consejo de Circe y
triunfó sobre el embeleso de las sirenas, que tuvieron que sacrificar a una de
sus reinas, Parténope. No es mal precedente.
El cisco del CIS
Hasta la fecha, muchos de aquellos capitanes se
habían contentado con ver cómo les iba en las encuestas para obrar en
consecuencia, aun a sabiendas de que la demoscopia muy pocas veces aclara nada.
Pero miren ustedes por dónde -quién lo iba a decir- precisamente un sondeo, el
más caricaturizado de todos los tiempos, el CIS de Tezanos, iba a dar en
la diana para sorpresa y estupor de la legión de escépticos. En el primer gran
envite electoral, lo que pronosticó se cumplió.
De esta forma, el PP se desvaneció en su propio envanecimiento, y
surgieron ciudadanos y alguna que otra atronadora ‘vox’, como afiladas
cuchillas, que arremetieron contra su primacía de príncipes sin corona. Al
mismo tiempo, mientras unos y otros pugnaban por ser los más genuinos ejemplares
de la más bravía estirpe española, los socialistas renacieron de sus cenizas;
el PSOE recuperaba insospechadamente un vigor que no se recordaba,
dejándose guiar por el celebérrimo Manual de Resistencia de un tal Sánchez,
que se erigió en vencedor de unas elecciones generales que han suscitado y
suscitarán muchos análisis. E incluso inspirará más de una tesis.
Y no es que su resultado fuera para echar cohetes; en pasados tiempos, que aún
se añoran entre las filas socialistas, un botín de123 diputados hubiera sido
recibido con decepcionadas caras de resignación. Pero no es el caso cuando se
parte de tan atrás; si se ha gobernado con ochenta y tantos, aspirar a hacerlo
con 123 se podría calificar de éxito, aunque en puridad no lo sea. No en vano, en
ocho elecciones generales, el PSOE había batido con relativa facilidad
semejante marca (1982, 202 diputados; 1986, 184; 1989, 175; 1993, 159; 1996,
141; 2000, 125; 2004, 164; 2008, 169. Desde entonces, descenso a los infiernos:
2011, 110 escaños, 2015, 90 y 2016, 85).
Curiosamente la inopinada resurrección socialista había sido anticipada por el CIS,
ante la chirigota de muchos que ahora tuercen el gesto y esconden la sonrisa.
Reconozco que también me contagié de ese espíritu jocoso; como otros muchos, dudé
de Tezanos, y caí en la tentación de hacer inocentes chascarrillos de su
científica encuesta que es la nuestra (o al menos la pagamos todos los
españoles). Pero al pan, pan; y al César Tezanos lo que es de Tezanos.
Porque pocos como él se atrevieron a augurar la hecatombe del Partido
Popular, que obtendría el más nefasto resultado de su historia, ante el
crecimiento de Ciudadanos y la irrupción de Vox.
De tan infausta manera, la última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas
otorgaba al PP entre 76 y 66 diputados, y -pese a que provocó el alborozo más
hilarante entre las huestes populares- exactamente 66 fue su registro
electoral, a sideral distancia de los 137 escaños que ostentaban. Desastre sólo
equiparable al que sufrió Podemos y confluencias, que les cupo el desagradable
honor de obtener el segundo mayor descalabro de la jornada electoral, que se
tradujo en perder por el camino casi una treintena de escaños, o lo que es
equivalente, mucho de su poder intimidatorio. No es lo mismo enfrentarse a
Sánchez con 71 diputados que con 42. Bien lo sabe Dios, bien lo sabe Iglesias.
La tensión continúa
Para los que han perdido, las generales no han
sido sino una primera vuelta de una convocatoria que se resolverá definitivamente
el último domingo de mayo, que también podría ser el último para algunos
señeros nombres de nuestra nueva y antigua política. Echemos un somero vistazo
a lo que podría ocurrir en nuestra Región, si se dieran unos resultados
similares en las autonómicas. Éste es ya un adictivo juego de mesa, al que -a
escondidas- están jugando todos: ‘derechitas’, ‘centraditos’ e ‘izquierditas’.
De este apasionante rompecabezas, se deduce que el PSRM se situaría en
primer lugar, según un cálculo de Efe realizado con un simulador de la ley
D'Hont. Aunque, con casi total seguridad, los socialistas no asumirían el
gobierno de la Comunidad. Si se retomara la estrategia empleada en Andalucía,
la suma de los diputados de PP, Ciudadanos y Vox, evitaría que Conesa
presidiera esta Autonomía tan nuestra. Empero con el inaudito y repentino giro
al centro de Casado, vaya usted a saber lo que puede pasar con una alianza tan
endeble como aquélla.
Teóricamente, en la Asamblea Regional, se registraría un empate a 11 diputados
entre el PP y el PSRM, y otro entre Ciudadanos y Vox (9 escaños los primeros y
entre 8 y 9 los segundos). Al mismo tiempo, Podemos tendría 5; pero a esta
convocatoria no concurren de la mano de IU-V, sino que se presentan a las
autonómicas unidas/unidos sólo a Equo. Así, un escaño podría ir a la
candidatura de Cambiar la Región de Murcia, que integran IU-V y
anticapitalistas.
Por otra parte, de Somos Región, los vaticinios no son nada halagüeños;
sus propias previsiones se han derrumbado con desusada prontitud. Tras poco más
de un año de andadura, las expectativas del partido regionalista se han
esfumado tanto en las urnas como en las encuestas. Con un bagaje de unos cinco
mil votos en las pasadas elecciones, ya ven muy difícil poder acceder a la Asamblea.
En definitiva, éstas serían las cuentas: la mayoría absoluta está en 23, lejana
para todos a no ser que se conjugue fluidamente el verbo pactar. Por ejemplo,
el PSRM únicamente alcanzaría 20 escaños con Ciudadanos; con menos, es una
entelequia plantearse ni siquiera el apoyo de Podemos. Sin embargo, un
ejecutivo, al modo andalusí, que surgiera de un pacto entre el PP, Ciudadanos y
Vox podría gobernar la Región de Murcia con holgura (28/29 escaños).
En cualquier caso, unos y otros pelearan hasta la extenuación por apurar sus
posibilidades. El resultado del 26 de mayo es toda una incógnita, y ha de ser
decisivo para el porvenir inmediato de esta Comunidad tan necesitada
(infrafinanciación, agua, infraestructuras…). Se avecinan cuatro años
titubeantes e imprevisibles, un periodo durante el cual -y no hace falta ser
Tezanos para pronosticarlo- las promesas seguirán superponiéndose a la realidad
diaria de una Región que es capaz de soportar lo insoportable.