DUODÉCIMA TEMPORADA

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jueves, 30 de mayo de 2019

Día 29-05-2019


Hipólito Martínez

  Ni de izquierdas ni de derechas… redondistas

Y cuando digo redondistas, no me refiero a los hipotéticos discípulos de la saga de Nicolás Redondo, histórica y renombrada estirpe en el socialismo español, sino a otros muchos (demasiados) que conforman una informe y fantasmagórica legión, no necesariamente socialista ni sindicalista. Porque en esta tierra de María, a la postre, redondista, en mayor o menor grado, lo es cualquiera… Al menos, cualquiera que aspire a una poltrona, escaño o sillín.  “Esto es peor que la corrupción, es el vacío. Aquí es el redondismo”. La honda mirada de Miguel de Unamuno penetraba así en las entrañas del movimiento redondista, que expandía su radio de acción por todos los confines de una desolada España, tras el desastre del 98.

 El maestro lo describía con toda acritud en un memorable artículo, publicado en el legendario Heraldo de Cuba, el 11 de julio de 1914, en el que no dejaba títere con cabeza. Utilizando como paradigma la figura del supuesto diputado Fabián Redondo, reflejaba los vicios adquiridos desde tiempo inmemorial, en nuestras soberanas Cortes, por políticos de toda condición. Del ínclito don Fabián, afirmaba el filósofo bilbaíno que no existía más que para justificar un puesto en el Parlamento, “para simular un voto allí”.  Y por extensión, aseguraba que en ese Congreso del 14 al redondismo  pertenecían casi todos, “pues son redondistas desde los radicales hasta los ultramontanos”.

 Actualmente, no son pocos los que viven de la política del disimulo; pero, ¿se les podría considerar redondistas? En realidad, ¿qué es el redondismo?, ¿cuál es su esencia?, ¿de qué fuentes filosóficas beben sus adeptos?, ¿qué programa les inspira? Don Miguel es taxativo: “el redondismo es… el redondismo. Algo así como el nihilismo pero sin dinamita. El redondismo es la política de la no existencia”.

 Empezamos a verlo más claro ahora; también hoy abundan entre nosotros las inexistentes señorías, que devoran sus días de gloria parlamentaria entre escaños que no calientan más que en fechas muy señaladas. La no existencia coincide con el no pensamiento; y para hacer carrera política el no pensar se considera una virtud tan alta como la fidelidad o la pureza. Porque como argumentaba Unamuno, “en el redondismo todo es puro, purísimo, la pureza misma. Como que el redondismo es… pura tontería. Es la natural alianza de la mediocridad con la inercia. Su dogma es no hacer nada, y que nos dejen sestear, es no pensar”.

 ¿No les suena familiar? ¿Quién no tiene la dicha de conocer a algún redondista del siglo XXI? No podría decirse de manera más diáfana ni más rotunda; a Unamuno, que tanto le dolía España, observaba con amargura el ‘dolce far niente’ que caracterizaba a la casta política de su tiempo. (¿He dicho casta? Perdón, ya ni en las Iglesias de la izquierda se habla de casta). Y destacaba con explosiva mordacidad las características que se deben dar en todo redondista que se precie: por encima de todas ellas, su fastuosa habilidad en “no significar nada, ni real ni ideal, ni comprometerse a nada”.

 Miren a su alrededor, busquen y comparen; tal vez se topen con más de un ‘comprometido a nada’. Acabamos de elegir diputados, senadores, señorías regionales, eurodiputados, concejales…, ¿podríamos estar seguros de que no hay algún redondista entre ellos? ¿No habremos votado masivamente al redondismo sin percatarnos siquiera? ¿No seré yo mismo un redondista a mi pesar? ¿Lo serán los futuros presidentes y alcaldes?

 El arte de la inoperancia

No se equivocaba Unamuno cuando ironizaba sobre el redondismo imperante en los políticos de los albores del XX; aunque ni tan preclara mente hubiera podido concebir que, una centuria después, siguiéramos anclados en el más profundo sistema redondista, que se perpetúa a sí mismo. Es decir, seguimos buscándole el sexo a las musarañas en pro de la Patria, de la Región, o de la paz universal…, sin comprometernos a nada y sin que nos comprometan. Y el verbo pactar se conjuga a solas, a la espera de que decidan por nosotros.

 En efecto, el arte de lo no comprometido hace escuela, a diestra y siniestra. Además, es muy probable (como tantas veces nos han advertido, desde nuestra más tierna mocedad) que los extremos ya no es que se toquen, sino que estén entrelazados en un inextricable nudo marinero: derechas (y más de derechas), izquierdas (y más de izquierdas), amén de centrados (y más centrados todavía) acaban en buena proporción ingresando indefectiblemente en las filas del mítico y trágico redondismo que, aun siendo muy español, no es exclusivo de España.

 De tal suerte, quienes hacen alarde de su llamada centralidad -moda arborescente que se adapta como un guante a unos y otros-, no hacen otra cosa que aferrarse a su esférica redondez, donde todo cabe, bajo la categoría metafísica de la inoperancia. Como sostenía Ramón Gómez de la Serna, tan desengañado como el propio don Miguel, la equivocación de la temporada progresista de la humanidad “fue creer que debía llegar la paz definitiva y así se pusieron a esperar en vano y todo estuvo en situación de espera”.

 Y parece que seguimos esperando; en estos páramos tórridos y sedientos, si cabe más.  Lo esperamos casi todo… hasta haber acertado con nuestro disputado voto. Mas, ¿habrá salido reelegido don Fabián Redondo? Por supuesto, qué duda cabe; Redondo gana siempre. La facilidad con la que, en esta tierra de las mil maravillas, caemos en las más paradójicas inconsecuencias hacen que don Fabián y sus redondistas vuelvan a ganar una y otra vez. Lo que no es gran cosa, porque en esta Región (como en este país) nadie pierde nunca nada; ni siquiera la paciencia.  


lunes, 20 de mayo de 2019

Día 20-05-2019





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