A
MICRÓFONO CERRADO
‘OJOS
COMO CHARCOS’
Un curso político llega a su fin; un
año más, crecemos como nunca y seguimos como siempre. El buen observador, que
mire e indague a nuestro alrededor en busca de comprender lo que desde tiempo
inmemorial acontece reiterativamente en estas tierras, necesita -además de
paciencia franciscana- de unos ojos capaces de reflejarlo todo y hasta de
llorarlo. Larra sostenía que el periodismo en España era llorar; quizá no sea
una exageración decirlo todavía. Al menos en estos páramos sedientos.
Para hacer balance de este curso, que
hemos vivido con pasión, se precisa el instrumental adecuado; un eximio poeta
esgrimía 'espadas como labios' (no estarían de más como arma informativa), pero
nos vendrían mejor unos ojos como espejos, o como charcos… Aun asumiendo el
riesgo de que se nos pueda romper la mirada en mil añicos ante tan redundantes
desilusiones, o que nos podamos ahogar en nuestro propio llanto, tales ojos
(ávidos por saber) nos deberían ayudar a desentrañar el laberinto regional.
Con semejante avidez, ha no mucho
tiempo, contemplamos gozosamente el Debate sobre el Estado de la Región; y tras
la gran cumbre anual, en la que con delicuescentes palabras y sentidos
discursos se escruta la entidad regional a través del color del prisma de cada
formación, volvemos a la cruda realidad de todos los días, en la que
persistentemente brillan las mismas eternas cuestiones. Tras el debate de los
debates, se suceden otras 365 fechas en las que nos seguiremos planteando los
mismos asuntos de casi siempre. Y algunos de ellos parecían que al fin, después
de décadas, iban a llegar a buen puerto. Desde este micrófono de papel, hacemos
votos para que no se extravíen por inescrutables rutas.
Como proclamaba el presidente de Croem,
en el acto del 40 aniversario de la patronal regional, resulta evidente, de una
evidencia contumaz, que “esta Región ha sido castigada durante años con
incumplimientos reiterados”, y ahora que se columbra una luz al final del
tortuoso laberinto de nuestra fortuna, con el cambio de Gobierno pueden surgir
dudas. No debería ser así, máxime contando con un secretario de Estado de
Infraestructuras murciano, el socialista Pedro Saura, que defiende que “el
objetivo es que nada se pare y poner a la Región en el siglo XXI”.
En cualquier caso, al igual que
Albarracín, tampoco quiero pensar que nadie sea capaz en este momento, después
de tantos años de espera, de retrasar el vuelo del AVE; sería esperpéntico
obstaculizar la arribada de tan necesario transporte de viajeros y de riqueza.
Al mismo tiempo, habría que insistir en la modernización de la obsoletísima red
de Cercanías, en la que sufren más que viajan tres millones y medio de personas
al año. Cuando quiera es tarde; sería absurdo perpetuarse en el siglo XIX.
Como sería absurdo retrasar la apertura
del aeropuerto de Corvera, prevista para inicios de 2019, la licitación de los
Arcos Norte y Noroeste de Murcia y del tercer carril de la autovía A-7, la
variante de Camarillas y el Corredor Mediterráneo, infraestructuras para las
que hay que exigir que se respeten las inversiones y plazos previstos. Desde
este humilde micrófono, pido al altísimo que se cumplan los compromisos
adquiridos y que se ejecuten los Presupuestos Generales del Estado. Lo
contrario sería un dislate.
Así también sería un dislate -y de
proporciones desmesuradas- perder la gran oportunidad que nos brinda el
macropuerto del Gorguel. Habría que impulsar de una vez por todas el proyecto
del Gorguel, del que tanto se dice y tan poco se hace. Ahora que todavía
estamos en los orígenes, sería preciso aquilatar al máximo su impacto
medioambiental; asegurando de esta suerte los enormes pros económicos que
comporta, y subsanando los hipotéticos contras de orden ecológico que pudieran
observarse. Por cierto, ¿cuántos años llevamos hablando del Gorguel y de sus
trompeteros camachuelos?
Casi tantos como los que hemos
consumido elucubrando sobre la infrafinanciación que soporta esta Comunidad,
que nos ha abocado a acumular casi 9 mil millones de deuda. Quería creer que se
afrontaría con urgencia la modificación del sistema de financiación autonómica;
y que, del acuerdo de todos, surgiría un modelo justo que no nos llevara a
perder más 260 millones de euros al año, con respecto a la media de este país
que tanto amo. Sin embargo, Pedro Sánchez ha tardado muy poco en quitarme tan
vana ilusión; asegura que no hay tiempo material en lo que queda de
legislatura.
Sin embargo, ningún Sánchez puede
desesperarme; en mi absoluta ingenuidad, sigo esperando que, en el próximo curso
político, se alivien nuestras históricas penas de una tierra que tiene sed. Y
con la candidez que me caracteriza, me empecino en creer que los partidos de
todos los colores y sabores acordarán y suscribirán el Pacto Nacional del Agua
lo antes posible, tras la buena nueva de la firma del Pacto Regional. En
consecuencia, en el curso del 2018/19, deberíamos intentar aprobar
definitivamente la fatídica asignatura pendiente del maná líquido.
Empero si todo lo anterior es de vital
trascendencia, lo es más todavía la recuperación de la joya de la Región:
nuestro pequeño gran mar, que padece estoicamente su enfermedad, sigue
preguntándose por qué. Y la respuesta a ese su grito silencioso nos debe
conducir a trabajar sin descanso para revertir completamente la triste
situación del Mar Menor, sin criminalizar a nadie -más que los culpables nos
interesan las soluciones-, aunque sin desviar la atención ni un milímetro de
ninguno de los sectores implicados. Como dijo en Frecuencia Murcia Económica
Alberto Garre, éste es “nuestro Prestige”; y añado yo que también puede ser
nuestro 'desprestige', nuestro desprestigio más colosal, si no se afronta con
la determinación que exige la magnitud de una catástrofe en ciernes.
Finalmente, en este balance apresurado,
tampoco quiero olvidarme del otro desastre medioambiental que, para nuestro
sonrojo, aún sufrimos: Portmán, nuestro Portmán, debería convertirse ya en
historia de un ayer abominable, que nos tiene que recordar perennemente lo que
nunca debió haber sucedido. Regenerar aquella bahía significa regenerar un
pasado del que nadie puede sentirse ajeno.
En suma, después de tantas
frustraciones históricas, debería preguntarme si nuestro destino es sólo
cuestión de fatalidad. Si así fuera, parafraseando a Benedetti, 'cómo querría
otra suerte para esta tierra reseca, que lleva todas las artes y los oficios en
cada uno de sus terrones'… Cómo querría que un sonoro caudal viniera a
redimirla. O, a falta de otro consuelo, que la lluvia al fin sea generosa y nos
deje 'ojos como charcos'.
Publicado en Murciaeconomia.com