DUODÉCIMA TEMPORADA

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viernes, 10 de mayo de 2019

Día 8 de mayo de 2019



Hipólito Martínez

Escaños de una tierra invertebrada


No salimos de una y ya entramos en otra: de una campaña electoral pasamos a otra nueva sin apenas darnos cuenta; como una exhalación, partimos de unos comicios a otros sin solución de continuidad. Y nunca mejor empleada esta expresión; porque por muchas vueltas que le demos al obtuso escenario con el que nos topamos, no se barruntan soluciones a largo plazo y la continuidad de lo que venga estará más que suspendida en el aire. Ante tal tesitura, si fuera posible, habría que buscar las vértebras de esta nación invertebrada. Como denunciaba Ortega y Gasset, “empezando por la Monarquía... ningún poder nacional ha pensado más que en sí mismo”. Va siendo año ya de que pensemos en España.

¿Y ahora qué? La respuesta a esta pregunta dependerá de las próximas elecciones autonómicas, municipales y europeas. Los pactos y acuerdos necesarios para poner en marcha la pesada maquinaria del Estado se van a ralentizar al máximo, aquí nadie va a mover ficha antes de tiempo. A esta incertidumbre, que siempre acaba costando cantidades ingentes de dinero a este país que es de todos, hay que sumar que vivimos inmersos en una pluralidad desconocida por estos pagos; del bipartidismo hemos pasado a un multilateralismo, con al menos cinco protagonistas, algunos de ellos irreconciliables entre sí.  

De tal suerte, el futuro se oscurece más todavía. En este impasse, las negociaciones que importan se están llevando en riguroso secreto, mientras que lo que en público se proclama rara vez coincide con la realidad. En consecuencia, de la ronda de visitas a la Moncloa ni el más ingenuo podía esperar otra cosa que un estudiado ‘postureo’ de amplias sonrisas y apretones de manos, que no es sino una borrosa caricatura de cada cual. No obstante, nuestros representantes deberían ejercer de tales, sin prejuicio alguno, y dar lo mejor de sí mismos, sin excluir a nadie. El bien de la nación, por encima de todo. O al menos, ésa tendría que ser la inexcusable premisa que debiera primar ahora y siempre. En mi candidez ancestral, sigo creyendo que el patriotismo no entiende de colores.

De hecho, todo es debatible menos la fragmentación nacional; lo único que imperativamente debe quedar al margen de cualquier controversia es la unidad de España. Parafraseando a Ortega, ‘el particularismo’ sigue constituyendo uno de nuestros grandes males atávicos. No se olvide que, tras el paso por las urnas, los nacionalistas han conseguido su mayor cuota de poder parlamentario desde 1977 (entre Esquerra Republicana, Junts per Catalunya, PNV, EH Bildu, Coalición Canaria y Compromís, 37 escaños). Todo un aviso a los intrépidos navegantes del resto de embarcaciones, que -en medio de la tempestad- aún continúan recontando las papeletas pérdidas o ganadas en buena lid.

A buen seguro, muy pronto, los monocordes cantos soberanistas han de inundar el Congreso; ante ellos, sería recomendable recurrir a la legendaria táctica de Ulises: todos los hombres de la nave deberían taparse los oídos con cera y sus capitanes atarse al mástil del barco. Ulises siguió el consejo de Circe y triunfó sobre el embeleso de las sirenas, que tuvieron que sacrificar a una de sus reinas, Parténope. No es mal precedente.

El cisco del CIS
Hasta la fecha, muchos de aquellos capitanes se habían contentado con ver cómo les iba en las encuestas para obrar en consecuencia, aun a sabiendas de que la demoscopia muy pocas veces aclara nada. Pero miren ustedes por dónde -quién lo iba a decir- precisamente un sondeo, el más caricaturizado de todos los tiempos, el CIS de Tezanos, iba a dar en la diana para sorpresa y estupor de la legión de escépticos. En el primer gran envite electoral, lo que pronosticó se cumplió.

De esta forma, el PP se desvaneció en su propio envanecimiento, y surgieron ciudadanos y alguna que otra atronadora ‘vox’, como afiladas cuchillas, que arremetieron contra su primacía de príncipes sin corona. Al mismo tiempo, mientras unos y otros pugnaban por ser los más genuinos ejemplares de la más bravía estirpe española, los socialistas renacieron de sus cenizas; el PSOE recuperaba insospechadamente un vigor que no se recordaba, dejándose guiar por el celebérrimo Manual de Resistencia de un tal Sánchez, que se erigió en vencedor de unas elecciones generales que han suscitado y suscitarán muchos análisis. E incluso inspirará más de una tesis.

Y no es que su resultado fuera para echar cohetes; en pasados tiempos, que aún se añoran entre las filas socialistas, un botín de123 diputados hubiera sido recibido con decepcionadas caras de resignación. Pero no es el caso cuando se parte de tan atrás; si se ha gobernado con ochenta y tantos, aspirar a hacerlo con 123 se podría calificar de éxito, aunque en puridad no lo sea. No en vano, en ocho elecciones generales, el PSOE había batido con relativa facilidad semejante marca (1982, 202 diputados; 1986, 184; 1989, 175; 1993, 159; 1996, 141; 2000, 125; 2004, 164; 2008, 169. Desde entonces, descenso a los infiernos: 2011, 110 escaños, 2015, 90 y 2016, 85).

Curiosamente la inopinada resurrección socialista había sido anticipada por el CIS, ante la chirigota de muchos que ahora tuercen el gesto y esconden la sonrisa. Reconozco que también me contagié de ese espíritu jocoso; como otros muchos, dudé de Tezanos, y caí en la tentación de hacer inocentes chascarrillos de su científica encuesta que es la nuestra (o al menos la pagamos todos los españoles). Pero al pan, pan; y al César Tezanos lo que es de Tezanos. Porque pocos como él se atrevieron a augurar la hecatombe del Partido Popular, que obtendría el más nefasto resultado de su historia, ante el crecimiento de Ciudadanos y la irrupción de Vox.

De tan infausta manera, la última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas otorgaba al PP entre 76 y 66 diputados, y -pese a que provocó el alborozo más hilarante entre las huestes populares- exactamente 66 fue su registro electoral, a sideral distancia de los 137 escaños que ostentaban. Desastre sólo equiparable al que sufrió Podemos y confluencias, que les cupo el desagradable honor de obtener el segundo mayor descalabro de la jornada electoral, que se tradujo en perder por el camino casi una treintena de escaños, o lo que es equivalente, mucho de su poder intimidatorio. No es lo mismo enfrentarse a Sánchez con 71 diputados que con 42. Bien lo sabe Dios, bien lo sabe Iglesias.

La tensión continúa
Para los que han perdido, las generales no han sido sino una primera vuelta de una convocatoria que se resolverá definitivamente el último domingo de mayo, que también podría ser el último para algunos señeros nombres de nuestra nueva y antigua política. Echemos un somero vistazo a lo que podría ocurrir en nuestra Región, si se dieran unos resultados similares en las autonómicas. Éste es ya un adictivo juego de mesa, al que -a escondidas- están jugando todos: ‘derechitas’, ‘centraditos’ e ‘izquierditas’.

De este apasionante rompecabezas, se deduce que el PSRM se situaría en primer lugar, según un cálculo de Efe realizado con un simulador de la ley D'Hont. Aunque, con casi total seguridad, los socialistas no asumirían el gobierno de la Comunidad. Si se retomara la estrategia empleada en Andalucía, la suma de los diputados de PP, Ciudadanos y Vox, evitaría que Conesa presidiera esta Autonomía tan nuestra. Empero con el inaudito y repentino giro al centro de Casado, vaya usted a saber lo que puede pasar con una alianza tan endeble como aquélla.

Teóricamente, en la Asamblea Regional, se registraría un empate a 11 diputados entre el PP y el PSRM, y otro entre Ciudadanos y Vox (9 escaños los primeros y entre 8 y 9 los segundos). Al mismo tiempo, Podemos tendría 5; pero a esta convocatoria no concurren de la mano de IU-V, sino que se presentan a las autonómicas unidas/unidos sólo a Equo. Así, un escaño podría ir a la candidatura de Cambiar la Región de Murcia, que integran IU-V y anticapitalistas.

Por otra parte, de Somos Región, los vaticinios no son nada halagüeños; sus propias previsiones se han derrumbado con desusada prontitud. Tras poco más de un año de andadura, las expectativas del partido regionalista se han esfumado tanto en las urnas como en las encuestas. Con un bagaje de unos cinco mil votos en las pasadas elecciones, ya ven muy difícil poder acceder a la Asamblea.

En definitiva, éstas serían las cuentas: la mayoría absoluta está en 23, lejana para todos a no ser que se conjugue fluidamente el verbo pactar. Por ejemplo, el PSRM únicamente alcanzaría 20 escaños con Ciudadanos; con menos, es una entelequia plantearse ni siquiera el apoyo de Podemos. Sin embargo, un ejecutivo, al modo andalusí, que surgiera de un pacto entre el PP, Ciudadanos y Vox podría gobernar la Región de Murcia con holgura (28/29 escaños).

En cualquier caso, unos y otros pelearan hasta la extenuación por apurar sus posibilidades. El resultado del 26 de mayo es toda una incógnita, y ha de ser decisivo para el porvenir inmediato de esta Comunidad tan necesitada (infrafinanciación, agua, infraestructuras…). Se avecinan cuatro años titubeantes e imprevisibles, un periodo durante el cual -y no hace falta ser Tezanos para pronosticarlo- las promesas seguirán superponiéndose a la realidad diaria de una Región que es capaz de soportar lo insoportable.