
Ni de izquierdas ni de derechas… redondistas
Y cuando digo redondistas, no me refiero a los hipotéticos
discípulos de la saga de Nicolás Redondo, histórica y renombrada estirpe en el
socialismo español, sino a otros muchos (demasiados) que conforman una informe
y fantasmagórica legión, no necesariamente socialista ni sindicalista. Porque
en esta tierra de María, a la postre, redondista, en mayor o menor grado, lo es
cualquiera… Al menos, cualquiera que aspire a una poltrona, escaño o
sillín. “Esto es peor que la corrupción, es el vacío. Aquí es el
redondismo”. La honda mirada de Miguel de Unamuno penetraba así en las entrañas
del movimiento redondista, que expandía su radio de acción por todos los
confines de una desolada España, tras el desastre del 98.
El maestro lo describía con toda acritud en
un memorable artículo, publicado en el legendario Heraldo de Cuba, el 11 de
julio de 1914, en el que no dejaba títere con cabeza. Utilizando como paradigma
la figura del supuesto diputado Fabián Redondo, reflejaba los vicios adquiridos
desde tiempo inmemorial, en nuestras soberanas Cortes, por políticos de toda
condición. Del ínclito don Fabián, afirmaba el filósofo bilbaíno que no existía
más que para justificar un puesto en el Parlamento, “para simular un voto
allí”. Y por extensión, aseguraba que en ese Congreso del 14 al
redondismo pertenecían casi todos, “pues son redondistas desde los
radicales hasta los ultramontanos”.
Actualmente, no son pocos los que viven de
la política del disimulo; pero, ¿se les podría considerar redondistas? En
realidad, ¿qué es el redondismo?, ¿cuál es su esencia?, ¿de qué fuentes
filosóficas beben sus adeptos?, ¿qué programa les inspira? Don Miguel es
taxativo: “el redondismo es… el redondismo. Algo así como el nihilismo pero sin
dinamita. El redondismo es la política de la no existencia”.
Empezamos a verlo más claro ahora; también
hoy abundan entre nosotros las inexistentes señorías, que devoran sus días de
gloria parlamentaria entre escaños que no calientan más que en fechas muy
señaladas. La no existencia coincide con el no pensamiento; y para hacer
carrera política el no pensar se considera una virtud tan alta como la
fidelidad o la pureza. Porque como argumentaba Unamuno, “en el redondismo todo
es puro, purísimo, la pureza misma. Como que el redondismo es… pura tontería.
Es la natural alianza de la mediocridad con la inercia. Su dogma es no hacer
nada, y que nos dejen sestear, es no pensar”.
¿No les suena familiar? ¿Quién no tiene la
dicha de conocer a algún redondista del siglo XXI? No podría decirse de manera
más diáfana ni más rotunda; a Unamuno, que tanto le dolía España, observaba con
amargura el ‘dolce far niente’ que caracterizaba a la casta política de su
tiempo. (¿He dicho casta? Perdón, ya ni en las Iglesias de la izquierda se
habla de casta). Y destacaba con explosiva mordacidad las características que
se deben dar en todo redondista que se precie: por encima de todas ellas, su
fastuosa habilidad en “no significar nada, ni real ni ideal, ni comprometerse a
nada”.
Miren a su alrededor, busquen y comparen;
tal vez se topen con más de un ‘comprometido a nada’. Acabamos de elegir
diputados, senadores, señorías regionales, eurodiputados, concejales…,
¿podríamos estar seguros de que no hay algún redondista entre ellos? ¿No
habremos votado masivamente al redondismo sin percatarnos siquiera? ¿No seré yo
mismo un redondista a mi pesar? ¿Lo serán los futuros presidentes y alcaldes?
El arte de la inoperancia
No se equivocaba Unamuno cuando ironizaba sobre
el redondismo imperante en los políticos de los albores del XX; aunque ni tan
preclara mente hubiera podido concebir que, una centuria después, siguiéramos
anclados en el más profundo sistema redondista, que se perpetúa a sí mismo. Es
decir, seguimos buscándole el sexo a las musarañas en pro de la Patria, de la
Región, o de la paz universal…, sin comprometernos a nada y sin que nos comprometan.
Y el verbo pactar se conjuga a solas, a la espera de que decidan por nosotros.
En efecto, el arte de lo no comprometido
hace escuela, a diestra y siniestra. Además, es muy probable (como tantas veces
nos han advertido, desde nuestra más tierna mocedad) que los extremos ya no es
que se toquen, sino que estén entrelazados en un inextricable nudo marinero:
derechas (y más de derechas), izquierdas (y más de izquierdas), amén de
centrados (y más centrados todavía) acaban en buena proporción ingresando
indefectiblemente en las filas del mítico y trágico redondismo que, aun siendo
muy español, no es exclusivo de España.
De tal suerte, quienes hacen alarde de su
llamada centralidad -moda arborescente que se adapta como un guante a unos y
otros-, no hacen otra cosa que aferrarse a su esférica redondez, donde todo
cabe, bajo la categoría metafísica de la inoperancia. Como sostenía Ramón Gómez
de la Serna, tan desengañado como el propio don Miguel, la equivocación de la
temporada progresista de la humanidad “fue creer que debía llegar la paz
definitiva y así se pusieron a esperar en vano y todo estuvo en situación de
espera”.
Y parece que seguimos esperando; en estos
páramos tórridos y sedientos, si cabe más. Lo esperamos casi todo… hasta
haber acertado con nuestro disputado voto. Mas, ¿habrá salido reelegido don
Fabián Redondo? Por supuesto, qué duda cabe; Redondo gana siempre. La facilidad
con la que, en esta tierra de las mil maravillas, caemos en las más paradójicas
inconsecuencias hacen que don Fabián y sus redondistas vuelvan a ganar una y
otra vez. Lo que no es gran cosa, porque en esta Región (como en este país)
nadie pierde nunca nada; ni siquiera la paciencia.