Haberlos haylos; sobrevuelan unos con una algarabía inusitada, mientras
otros muchos hacen oír sus horrísonas bocinas con persistente constancia
de acá para acullá. Hay que reconocerlo, entre nosotros, especímenes, tanto de
lo uno como de lo otro, abundan en nuestros sinfónicos alrededores. ¿Quién no
ha visto por estos cálidos lares algún camachuelo haciendo de las suyas,
prometiendo lo que no puede ni pretende cumplir? ¿Quién no ha escuchado las
estruendosas cornetas de sus fieles trompeteros, que siempre se sitúan detrás
de los palmeros de turno? ¡Qué hubiera sido de nosotros sin ellos? Da pavor,
sólo el pensarlo; sin sus bombos y platillos, nuestra existencia carecería de
interés; nuestro sentido trágico de la vida no tendría valor, ni siquiera
música.
En la Región, a lo largo de décadas, hemos tenido el privilegio de
presenciar los juegos malabares de sutiles prestidigitadores (y no tan
sutiles), que nos embargaban con sus estentóreas cantinelas, en busca del
disputado voto del ciudadano murciano. Este proceso nos ha llevado, en los
últimos 23 años, a un predominio de un partido que ha llegado a creerse
imbatible, estuviera quien estuviese al frente, fuera elegido digital o
analógicamente, tuviera un futuro prometedor o más pasado que presente.
Irreductibles en cualquier caso, con gaseosa para todos.
Mas estos efervescentes seres no eran tan raras avis; no olvidemos que
antes (ay, los antes que nos preceden) otros gozaron del placer del poder y sus
días de gloria. También ellos con tambores y trompetas se creyeron invencibles;
y además se sintieron dueños del secreto de una invencibilidad tan supina
que, sin darse cuenta, les conducía al innombrable vicio de devorarse a sí
mismos. De tal manera, debatiéndose entre afanes cainitas, han vegetado en el
postrer cuarto de siglo, en busca de un destino y un tiempo lastimosamente
perdido.
Y perder el tiempo, tan caro y querido para todos, parece ser una
constante en nuestra historia reciente, un destino fatal que nos arrastra
irremediablemente. No quiero sacar a relucir datos estadísticos que una vez más
nos sonrojarían, tentación que tengo a menudo cuando empuño este micrófono
apagado. En esta ocasión, me limitaré a exponer un botón de muestra, diseñado
magistralmente por el ave mítica del paraíso; en efecto, bajo la astuta
supervisión del ávido camachuelo trompetero surgió el proyecto de los
proyectos: El Gorguel.
Han transcurrido tres lustros, tres, desde su feliz alumbramiento, y
seguimos compuestos y sin macropuerto. Más de veinte estudios económicos, ambientales
y de mercado, e innumerables trámites y premiosas gestiones no han fructificado
en nada. Al menos en nada sólido; tanto es así que la terminal para
contenedores de mercancías en El Gorguel parece hoy tan lejana como entonces.
Paradójicamente deberíamos haber recibido los primeros barcos ya en 2015, fecha
programada por el progenitor de la dársena, el inefable presidente de la
Autoridad Portuaria, Adrián Ángel Viudes. Y no sólo no han venido barcos sino
que en 2020 tampoco se pondrá la primera piedra, pese a proclamarlo
con énfasis su sustituto, Antonio Sevilla.
Ahora, en vista de que las promesas son traicioneras, especialmente
dañinas militarmente dispuestas en las hemerotecas, el nuevo presidente del
Puerto, Joaquín Segado, se cura en salud y aplaza 'sine die' tan memorable
acto; además se impone como fecha límite el año 2020 para que, de una vez por
todas, terminen los interminables informes técnicos. Más de un ingenuo
(entre los que felizmente me hallo) se sigue preguntando cuándo la Unión Europea
tendrá al fin la dicha de decidir a cerca de un proyecto, que todavía no deja
de ser una entelequia.
En la Autoridad Portuaria, se asegura que no han dejado de trabajar ni
un solo día, que es una prioridad absoluta. No obstante, en estos cuatro años y
medio de ausencia de Viudes, da la sensación de que no se ha avanzado apenas.
Máxime si se tiene en cuenta que, según el expresidente (como leímos
recientemente en una entrevista publicada en La Verdad), “los estudios más
importantes ya estaban hechos”, y que el informe del Instituto de Estudios
Económicos “decía que el proyecto era totalmente viable. Sólo nos faltaba el
permiso de Bruselas”. El galimatías llega a límites valleinclanescos;
únicamente los espejos del Callejón del Gato serían capaces de reflejar lo que
queda de este puerto en realidad.
El propio Viudes, en la citada entrevista, se expresa con una
rotundidad meridiana: “Adrián, no te canses. No hay Gorguel. No se hará.
Tenemos noticias de que ha sido una de las condiciones que Esteban González
Pons le ha puesto a Ramón Luis para ser eurodiputado. Y le han dicho que se
tiene que olvidar del Gorguel si quiere ir a Bruselas, porque de lo contrario,
al puerto de Valencia lo hacemos bicarbonato”. Era una persona muy cercana a
Viudes quien le hacía esta delicadísima confidencia. Y, por si al buen
entendedor le faltara alguna palabra más, el antiguo presidente portuario
sentencia que “El Gorguel está muerto (…) Que no nos cuenten milongas”.
Sorprendentemente, durante estos años, se han seguido elaborando
enrevesados y costosos informes. E incluso a finales de agosto, el Ejecutivo
regional volvía a anunciar que se pediría al Gobierno de España la declaración
de “interés público”, una gestión que languidecía solitaria y cubierta de polvo
en el ángulo más oscuro de un insondable cajón, desde hacía un quinquenio.
Proyecto estratégico
Se pretende así conseguir un pronunciamiento sobre la consideración del
Gorguel como proyecto estratégico para el país, desde el punto de vista
socioeconómico; un planteamiento que no es nada nuevo bajo el murciano sol.
Porque el Gobierno de Valcárcel ya había aprobado la declaración de El Gorguel
como proyecto de interés regional en 2013, y había manifestado su intención de
reclamar al de España su calificación de interés público nacional.
Sin embargo, parece que ese paso no se ha dado con la contundencia
debida hasta este último verano. Y lo que haya de suceder, de ahora en
adelante, constituye todo un enigma dentro de un laberinto, preñado de
minotauros y otras especies en peligro de extinción. A ciencia cierta, del
destino del Gorguel, al socrático modo, sólo se sabe que no se sabe nada.
En consecuencia, los 3.000 puestos de trabajo directo que se crearían
con su construcción están más en el aire que nunca; tan en el aire como esos
otros 30 mil inducidos, que no han de inducirse. Simultáneamente los 4 millones
de contenedores, que podrían llegar a moverse al año en el macropuerto, siguen
parados. Tan parados como esos más de 116 mil epatados murcianos (104.374, según
el SEPE), que continúan deslumbrados por megaproyectos que no acaban de
concretarse sino en trompeteras declaraciones, que los camachuelos se llevan
alegremente entre sus plumas.